Bajo las orejas de Dumbo

CRÓNICA DE LA VISITA AL ALA 31, EN LA BASE AÉREA DE ZARAGOZA

El pasado 2 de mayo de 2023, pudimos disfrutar de una nueva visita organizada por AIRE, esta vez a la Base Aérea de Zaragoza y, en concreto, a las aeronaves y las instalaciones del Ala 31 o, como he querido apodarlas en este caso, “el hábitat de los Dumbos”.

En esta ocasión, un buen madrugón precedió a la habitual rutina de reunirnos en el punto de partida establecido, donde los spotters que salíamos de Madrid nos congregamos y pasamos revista, antes de iniciar el viaje hacia la capital maña.

Tres horas después y previa parada para desayunar, reponer fuerzas y comprar algún regalo para la familia en forma de un conocido manjar aragonés típico; arribamos al punto de reunión en Zaragoza, desde donde nos dirigimos en caravana, cual camelleros en el desierto, hacia la puerta de la base aérea. Allí fuimos identificados y se nos dio paso al interior del perímetro, bajo la atenta mirada del caza F1 Mirage que custodiaba la entrada como si del Can Cerbero se tratase.

Nada más aparcar los coches, ante nosotros, una vista peculiar se nos ofrecía. Pasado y presente del Ala 31: A nuestra izquierda, uno de los muchos Hércules C130 usados hasta hace bien poco en esta agrupación. A la derecha, uno de los gigantescos Airbus A400M que tiene disponibles actualmente el Ejército del Aire. En el medio, más alejado y en la antigua zona americana de la base, como invitado de lujo, un imponente C17 Globemaster de los Estados Unidos que había llegado minutos antes con su carga en la barriga.

Tras ese primer momento de locura fotográfica, motivada por la furtiva aparición de un Harrier que realiza un potente despegue por la pista aledaña a los hangares del Ala 31, se presenta ante nosotros el guía de nuestra expedición: Un joven de 26 años, con fresco afeitado y el característico uniforme azul de aviador, oficial y caballero; el Teniente Tabuenca.

Joven, pero a la vez experto primer oficial de vuelo en el mastodóntico A400M, nos conduce al asfalto de la plataforma, en donde ya esperan varios elefantitos de la familia de los Dumbos, listos para “robar las miradas” de las decenas de spotters allí congregados.

Se desenfundan las “pistolas” y comenzamos a disparar a diestro y siniestro con nuestras cámaras y potentes objetivos hacia las diferentes partes del gigantesco aparato. Uno destaca sobre los demás: Un especial A400M que conmemora en la deriva de su cola, el 50 aniversario del Ala 31 y que representa la imagen de la cabeza de un elefante sobre el típico pañuelo maño y los dos míticos aviones de la flota (el C130 y el A400M) surcando la cola desde las palabras “50 ANIVERSARIO”.

Se nos da vía libre para caminar por una amplia zona de la plataforma y muchos aprovechamos este bonito paseo para transitar alrededor de este impresionante avión y el resto de los allí aparcados, haciéndonos bonitas fotos para el recuerdo y observando las diferencias de estos aviones; ya que los aparatos están configurados tanto para lanzamiento paracaidista, como para transporte de tropas y carga o incluso, para repostaje en vuelo de distintas aeronaves.

Frente a frente con el aparato, impresionan sus formas, la geometría de las hélices de sus cuatro motores, la mastodóntica cola de ballena en forma de T con su conjunto de deriva y timón o la cantidad de ruedas de sus trenes de aterrizaje.

En este momento, a la sombra ofrecida por una de “las orejas de Dumbo”, un servidor se pone a reflexionar sobre lo que ha avanzado la aviación desde que hace casi 120 años, aquellos dos audaces pioneros que fueron los hermanos Wright, crearan el primer aeroplano a base de telas, madera y un mecanismo de bicicleta. Si ahora ellos pudieran ver todos los avances que se han conseguido en aviación; quedarían maravillados si no abrumados por la cantidad de instrumentos, palancas, switches, botones y pantallas que tienen los aviones hoy en día y que, a pesar de lo que uno pueda ver o creer, facilitan la labor a los pilotos. Impresionante.

De repente somos llamados al orden, ya que uno de los aparatos se prepara para ser empujado por una cabeza tractora para hacerle salir de la guarida en la que estaba dormido y así ponerle en servicio, listo para su siguiente misión. Rápidamente nos colocamos en lugar seguro y fuera del paso de las operaciones, para poder disfrutar mejor del momento sin ser una molestia.

Una vez colocado el avión en su correspondiente punto de aparcamiento, los técnicos del ejército le dan el desayuno al Dumbo a base de electricidad y combustible, necesarios para el correcto funcionamiento de sus sistemas. Nosotros observamos desde la línea, con curiosidad y emoción, mientras le limpian las ventanas del cockpit, se realizan diagnósticos y se procede a las revisiones prevuelo.

Un ruido nos llama la atención, se abren las compuertas de uno de los hangares y otra cabeza tractora se acopla a otro de los aparatos. Ahora le toca a otro el turno de descansar en la guarida. Extasiados, le miramos mientras lentamente avanza ante nosotros, dirigiéndose al hangar con majestuoso rodaje.

El Teniente Tabuenca nos recoge y nos mueve hacia un hangar, en donde por una rendija vemos cómo otro A400M está siendo revisado. De pronto, las compuertas de la cola del avión comienzan a bajar.

La gigantesca bodega se nos descubre y, en ese momento, somos autorizados a entrar al hangar y a subirnos al aeroplano por la rampa trasera, como si fuéramos un escuadrón de paracaidistas. En parte lo parecemos, ataviados con nuestro “chaleco naranja de combate”, nuestras “ametralladoras de fotos” y nuestras mochilas a la espalda, que bien se asemejan a los paracaídas.


Embarcamos y observamos las filas de columpios que funcionan a modo de asientos, los rieles para la colocación de carga, las mallas de protección o, incluso, las líneas de cable usadas para la apertura de los paracaídas de aquellos que saltan del avión en misiones de ese estilo.

Se organizan turnos para subir a la cabina, donde nuestro fantástico guía nos ilumina los paneles cual “árbol de navidad” y nos invita a hacernos una mítica foto sentados en el asiento del capitán o en el suyo propio, que es el de primer oficial o teniente.

Con la adrenalina por las nubes, saltamos del avión como los paracaidistas, de nuevo por la compuerta trasera, y aterrizamos en el hangar por donde nos movemos, mientras observamos los detalles más cercanos del aparato en lo que esperamos al inminente despegue de ese A400M al que hace un rato preparaban para partir.

Esta salida se produce al poco tiempo y tras los múltiples CLIC CLIC de las cámaras tratando de inmortalizar el momento y coger las hélices girando, el paquidérmico avión se eleva y se pierde de vista sobre los cielos aragoneses.

La visita a la plataforma finaliza, no sin antes disfrutar de un escuadrón de F18 Hornet y otro de Harrier, que despegan “a toda pastilla” rumbo a su misión de entrenamiento; y de la obligatoria compra de “chuches para aerotrastornados” en forma de parches, llaveros, camisetas y otros artículos de coleccionismo y recuerdo del momento.

Antes de partir, nuestro entrañable Teniente Tabuenca le pone la guinda al pastel, llevándonos al museo que el Ala 31 tiene en su zona de comandancia, donde nos nutrimos de historia y de objetos pertenecientes al escuadrón; tales como la manguera de repostaje que un caza arrancó de un avión cisterna al repostar, señales de tráfico y carteles de distintos países donde el escuadrón ha estado destinado o un uniforme de vuelo perteneciente a un miembro de la casa real.

Tras la preceptiva foto de familia junto al monumento conmemorativo de las 100.000 horas de vuelo del Ala 31, nos despedimos de nuestro guía y ponemos rumbo a Madrid o a nuestros respectivos lugares de origen, con nuestro estómago rugiendo por el hambre, cual caza en pleno despegue; pero con la mente y la cámara llena de recuerdos de esta bonita experiencia.

No quiero terminar la crónica sin agradecer a la Asociación AIRE por las gestiones para conseguir que esta visita fuera posible.

También quiero agradecer al Ejército del Aire y al Ala 31 por su disposición, paciencia y apertura a la hora de dejarnos estar en la base y observarles mientras trabajan en su servicio a la patria.

Por último, quiero agradecer a nuestro guía, el Teniente Tabuenca por su amabilidad, sus explicaciones, su buen hacer y su profesionalidad de cara a manejar a un grupo de ávidos spotters, con miles de preguntas y curiosos ojos y cámaras.

MUCHÍSIMAS GRACIAS A TODOS Y TODAS.

¡Hasta el próximo sarao, queridos “aerotrastornados y aerotrastornadas”!

Millán Alonso Alonso
Socio AIRE nº539

 

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